domingo, 18 de diciembre de 2016

JULIO URRUTY, MUSICO - MAYO 2004

No sólo el teatro, no sólo las artes plásticas, no sólo la literatura tuvieron en Quilmes figuras de trascendencia nacional, también la música y sus intérpretes. Y se me ocurre recordar (olvidando a muchos) al arpista Aspitia, a bandoneones como: Francisco Abbatantuno "Francisquín", Eliseo Pressón, Carlos Corrales (padre e hijo), Daniel Binelli, Caffiero, Tesei, Blanco, Dentaro; los pianos de: Pollak, la señora Morelli, Pedro Mergasi, la profesora Tropeano, más resientes Carlos E. Renison y Ricardo Usciatti, Enrique Premoli y Haydee Trinca; las guitarras de brillo encordado
de Traversi, de Molinari, de los hermanos Calona, de Rey; el violín de: Imirizaldu, Emilio Arbert... y toda esa juventud que se formó en la imperecedera Academia Williams que estaba en la esquina SO de Mitre y Alsina, con sus eximios maestros como Gustavo F. Rennes; y cantautores como Morales, Lacarra, Chany Suárez, Liñan...
Sé que olvido a muchos, muchos, segura e injustamente, pero aquí la entrevista es a otro grande de nuestra musicalidad, Julio Urruty, mal calificado como "la guitarra de Bernal", cuando su sonoridad traspasó esas fronteras... y que en mayo de 2004, fue entrevistado, en aquel irrepetible programa radial 'RETRATOS EN LA CIUDAD', por Cristina Oller y Ricardo Debeljuh. Hace 12 años... como es hoy.
ATHAUALPA, UN NIÑO Y LA GUITARRA

CRISTINA OLLER.- ¡Qué suene esa guitarra, maestro Urruty, hágala sonar!

JULIO URRUTY.- Estoy afinando.

C.O.: Es un gusto que lo haga en nuestros estudios.

RICARDO DEBELJUH.- Vamos a tener el placer de charlar con don Julio, y, además, de escuchar su música. A propósito, que original es esta que trajo. ¿Que tipo es?

J.U.- La primera vez que viajé a Japón fue en 1980, junto a la orquesta de Carlos García, en la cual desempeñaba distintas
funciones arriba del escenario. Estuve como solista, acompañaba a una cantante folklórica, tocaba en la orquesta. También habíamos formado un conjunto de música latinoamericana, con charango, quena, guitarra y percusión. La segunda en 1985, vuelvo con la orquesta de Pepe Basso y como director del grupo que me acompañó Allí aparece este invento de la guitarra criolla con micrófono incorporado. La vi en plena gira y la compré recién salida. Había ido con una Yamaha que había adquirido en el primer viaje; y que no tuve más opción que comprar por una desgracia inesperada. Resulta que había salido de Buenos Aires con 29 grados de temperatura, pero cuando llegamos a Tokio hacía 5 bajo cero. Eso hizo que la caja de mí guitarra argentina se arruinara. Tuve que reemplazarla. En el segundo viaje compré, además, a un luthier japonés, un único modelo de una guitarra flamenca, de madera de ciprés que da un sonido muy dulce. Cuando regresé, tuve una reunión en la casa de Falú, con Paco de Lucía, Cacho Tirao, no conocían este instrumento con micrófono incorporado. Es decir, fue el primero en entrar a nuestro país. Desde entonces la tengo y la adoro realmente.

C.O.- ¿Es la preferida?

J.U.- ¡Sí, seguro! La toco como clásica de concierto o enchufándola a un equipo amplificando su sonido. Hay que
conocerla para tocarla bien. Cuando llegué a mi casa la enchufé y sonaba chillona. Me preguntaba que había pasado si allá sonaba bien y acá no. Es que acostumbrado a la pulsación fuerte de la nuestra, para sacar el sonido, no daba en el punto. Lo que pasó es que había que tocarla muy suavemente. El instrumento no tenía la culpa, era mi inexperiencia que me hacía cometer ese error. Después nos fuimos entendiendo y así llegamos a ser novios.

C.O.- ¿Se le pone nombre a las guitarras?

J.U.- Y sí. Yo le llamo “mi vida”. Lo de los nombres viene porque en un espectáculo que hacía con Argentino Luna, teníamos que buscar un nombre para esa presentación.  Comencé a pensar que la guitarra tiene seis cuerdas, y que yo era la séptima, por lo que se me ocurrió el título “Siete destinos”. De ahí que cada presentación titulo “Siete destinos” a la misma.

R.D.- ¿Cómo fueron sus comienzos Julio?

J.U.- A los doce años mi madre me manda, aceptando lo que sugirió un gran maestro, a estudiar guitarra. Pero la historia comienza a los ocho años. En la casa donde hoy vive mi primo
hermano, en Bernal. Una casona de, aproximadamente, 1850, que perteneció a una hija de Julio Argentino Roca, casada con el conde de Marchi. En el primer barrote de hierro forjado de la escalera se conserva la sigla J.A.R. Su dueño original, en realidad, fue Bagley, el norteamericano que fundó la empresa de galletitas en Barracas, sobre la calle Montes de Oca. Tiene su parral y el viejo aljibe típico de aquella época. Una noche de verano, luego de un asado en casa, junto a ese aljibe y ante doscientas personas, tocó don Atahualpa Yupanqui. A sus pies se coloca un niño que no le saca la vista desde que comenzó hasta el final. En un momento dado dice don Atahualpa: “¿Quién es la mamá de éste chico?” Aparece mi madre y el Maestro le agrega: “Éste chico no me ha sacado los ojos de encima, le pido por favor, hágalo estudiar guitarra, va a ser un gran músico”. ¡Lo demás queda en suspenso! (risas)

Bueno, así comienza mi vida en la música. Mi madre busca un profesor e hice la carrera hasta llegar a Profesor Superior. Hice en tres años lo que tendría que haber sido en ocho. A los quince años me recibí y a partir de ese momento nunca abandoné la enseñanza. Al maestro le robó tiempo el ejecutante. Aparecieron conciertos, giras por el país, y presentaciones en el exterior.

R.D.- ¿Necesita un guitarrista del estudio, o puede ser autodidacta?

J.U.- Depende del nivel que hablemos. Acompañar con tres acordes, hacer un “punteito”, en muchas familias se ha de encontrar alguien que por gusto o por herencia familiar sabe hacerlo. Pero hablar ya de un ejecutante de categoría eso no. Nosotros, que vivimos permanentemente estudiando, nos cuesta una enormidad, y cada vez nos parece que hay mucho más para estudiar y muy poco lo que sabemos. Siempre digo que ni tres vidas me alcanzarían para tocar todo lo que hay, de la manera que se lo debe hacer. 

También se debe tener en cuenta el sentido de respeto al instrumento, la emoción que da el hecho de ejecutar. Digamos que “por oído” se la puede rebuscar, pero para tocar con nivel hay que estudiar mucho. El maestro dictamina los errores que inconscientemente el alumno produce. Un dedo mal puesto, trae como consecuencia una mala educación que se arrastra después. Porque llega al segundo nivel con errores, y se frena. Ahí es cuando deja de tocar si no tiene la base correcta.

R.D.- Suponemos que anécdotas deben haber muchas. ¿Quiere elegir alguna en especial para contarnos?

J.U.- La primera vez que viajé a Japón. Me tocó abrir la segunda parte del espectáculo como solista. En la primera había tocado en la
orquesta de Carlos García.  Luego del intervalo, tenía la orden que, cuando el telón se levantara a la altura de la rodilla, comenzara a tocar. Así lo hice. Toqué toda la pieza. Normalmente el final del tema es lo que uno trata de destacar. De esa forma, el público lo tapa con aplausos de reconocimiento al artista, por la emoción que genera en la gente. Pero en aquella oportunidad, termino el último acorde y... solo silencio. Les aseguro, en ese segundo “me congelé”. Pensé que había sido un fracaso. No sabía que pasaba, hasta que levanté la vista de la guitarra. Ahí comenzaron los aplausos esperados. Sucede que el público en Japón, hasta que el artista no levanta la vista, considera que no debe molestarlo porque supone que está en otra dimensión. Y regresa de ésta cuando levanta la vista, avisando entonces su vuelta.

C.O.- Maestro, porque ya como a Atahualpa, podemos darle ese título, para nosotros fue un honor contar con su presencia. Creo que nos vamos más ricos esta noche.

R.D.- Pero no será la última oportunidad porque debe haber miles de historias y de experiencias a lo largo de tan fructífera carrera.

J.U.- Son demasiados generosos. Soy yo que siempre debo agradecer todo lo que me da el público.
entrevista: Cristina Oller, Ricardo Debeljuh
desgrabación, Chalo Agnelli
para el libro "Retratos en la ciudad"
Fotos Rubén Delbón

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